Era tan poco expresivo que, entre algunos de sus compañeros, lo apodaron “El anodino”. Otros lo llamaba “El soso”. A Oscar Sánchez Gil no parecían molestarle los sobrenombres. El bajo perfil que se ocupó en cultivar como jefe de la Unidad de Delitos Económicos y Fiscal de la Jefatura Superior de Policía de Madrid lo blindaba de todo mote. Y, lo más importante, de toda sospecha.